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Testimonio desde el corazón...

Actualizado: 15 jun 2021




Ufffff…empecemos

Soy madre de dos niños diagnosticados con TEA y TDAH, de 12 y 14 años. Mi propósito con este escrito no es más que el de ayudar a otros padres y madres que, como yo, en algún momento se han sentido solos, tanto por parte de los profesionales (médicos, educadores, etc.) como por parte de la sociedad.


Cuando mi primera hija nació todo era bonito, embarazo normal, parto normal, todo bien, tanto es así que decidimos buscar el hermanito. Para que mi hija se fuese habituando a otros niños decidimos escolarizarla en una Escuela Infantil. Enseguida nos dimos cuenta de que algo pasaba, nos preguntábamos si tenía algún problema auditivo, pero después de visitas a médicos y diferentes pruebas se descartó.

Nació su hermano, un niño sano de casi 4 kilos, todo parecía correcto. Cuando la niña comenzó el cole comenzaron del mismo modo, las llamadas. “Ana se cae demasiado, quizá tiene los pies planos”, “La niña no para de hablar y ha estado castigada” … Yo le pedía a mi

hija que prestase más atención en el colegio, pero ella me contestaba que

lo intentaba pero que sentía que no la querían. Al final tenía la sensación de que me pintaban un demonio donde yo sólo veía a un ángel.

Cuando mi hija cumplió 4 años decidimos realizarle una evaluación psicopedagógica y ¡Bingo!, nos dijeron que nuestra hija tenía TEA y TDAH. Lo primero que hice fue buscar en “San google” y leíamos cosas como que son niños problemáticos, poco empáticos, fracaso escolar, depresión…y un sin fin de cosas malas.

¿Cómo me lo tomé? De la peor manera… me culpabilicé por haber tenido a mis hijos, pensé que no estaba preparada para ayudarla y que no podría hacer nada.

La niña comenzó la terapia y estuvo hasta los 6 años. En este momento comenzó a tomar medicación. La situación se complicó porque con el colegio no había una buena relación, no veían la dificultad de mi hija y no tenían ni la formación para poder afrontarlo ni los recursos. Esto me llevó a sufrir una profunda depresión. Al final el panorama en casa era devastador, mi hija y yo en tratamiento y mi marido tirando de todos.


Fueron años difíciles, incluso decidimos cambiar de Comunidad Autónoma para intentar ofrecer a la niña mejores alternativas. Y así, sin saber muy bien cómo, nos fuimos.

Con el cambio consigo por fin el alta, parecía que todo empezaba a mejorar y… ¡Sorpresa!, La actitud de mi hijo cambia por completo, tenía entonces 9 años y pasó de ser un niño adorable a tener unas salidas de tono incomprensibles, hasta tal punto de decirme que yo era una mala madre. En alguna ocasión le pillé pinchándose los dedos con chinchetas, su habitación pasó de estar ordenada a ser un desastre total, sus notas bajaron y de repente descubrimos que tenía cortes en los brazos.

Pedí ayuda al colegio, pero sólo recibimos incomprensión.

Mi marido y yo teníamos claro que no habíamos cambiado nuestra “cómoda” vida (Casa prácticamente pagada, coches, amigos…) para nada. Pedimos cita con la psicóloga del hospital.

Nos diagnosticó trastorno ansioso depresivo, mi hijo comienza con medicación. Los médicos nos comentan que no se abre a ellos, que se negaba a contar como era su día a día, hasta que después de un año y medio explota y permite que leamos su diario. Resulta que mi hijo llevaba todo ese tiempo sufriendo bullying y estaba amenazado de muerte si contaba algo. Lo que vi en ese diario me termino de hundir. Llevé copias de todo tanto a sus médicos como a la policía. Por fin mi hijo pidió ayuda y comenzaron a trabajar con él. El acoso llegó hasta tal punto que mi hijo fue agredido por la calle por un niño que estaba escolarizado en un centro cercano al suyo.

Se realizó una evaluación psicopedagógica y se le diagnosticó de TEA y TDAH. Mis dos hijos tenían el mismo diagnóstico.


En casa sufrimos un nuevo bajón…volvieron los reproches y el auto inculparme de la situación llegando incluso a plantearme el terminar con todo, algo que incluso hoy en día me avergüenza decirlo, pero creo que es necesario.

Mi hijo tuvo pensamientos suicidas y yo era quien debía protegerlo. Sin embargo, yo era quien le llevaba de la mano todos los días a su infierno. Y es que no hay mayor dolor que el sufrimiento de un hijo.

Escolarizamos a nuestros hijos en otro centro educativo. Y comenzamos terapia en Mente en Marcha y nos sentimos respaldados. Mi niño ¡ya no era un incomprendido! Una de las primeras frases que me marcó fue cuando me dijeron: Tú ahora relájate, y déjanos trabajar a nosotras”. ¡Cuántos años sin escuchar algo así! Por mi parte comencé un nuevo tratamiento. Si te duele un pie ¿No vas al traumatólogo? Pues sí señores, a ver si de una vez por todas comprendemos que pedir ayuda es de valientes y que ningún padre o madre nace preparado y con todas las respuestas para aceptar el dolor de un hijo. Pero puede aprender a conocerle, a enseñarle y a disfrutar de sus logros, por pequeños que parezcan ante los ojos de los demás.

Mi niño ha estado en terapia casi dos años, su conducta es totalmente diferente, su habitación vuelve a estar ordenada, su colección de antigüedades sin polvo y lo más importante, vuelve a adorar a su familia.

Sé que nos queda mucho camino por recorrer y bajones que superar, pero gracias a esto nos hemos conocido mejor y ahora sabemos que los cuatro somos un gran equipo.

Por supuesto todo gracias también a las evaluaciones, terapias, comunicación con el colegio…todo en su conjunto, cuando funciona, da resultado. Ya no tenemos miedo porque sabemos dónde pedir ayuda.

Si con este testimonio te sientes mejor que hace un ratito, todo el esfuerzo, habrá merecido la pena


Ana Belén

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1 comentário


jm Trabajo
jm Trabajo
09 de jun. de 2021

Un testimonio precioso, duro, pero precioso. También es muy valiente que nos lo compartas, Y sí, me siento mejor que hace un ratito, gracias a todos los padres valientes que saben pedir ayuda.

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